Soñando despierto.

Suenan las olas de fondo, como una sinfonía de Mozart aun no descubierta, solo el reflejo de la luna indica la presencia del mar, solo la brisa acaricia mi cuello, y solo mis ojos la pueden tocar. Tan oscura es la noche, como claras las esperanzas de un nuevo día, tan calmada está la arena, como intranquilo el brillo del mar, y tan espeso el humo de mi cigarro, como sencilla tu figura en mis pensamientos.

Te dibujo a trazos, a mano alzada, con palmeras por pinceles y recuerdos por oleo, tratando de cubrir tu ausencia en un paraíso que sin ti, huye de su definición. El aroma del salitre es incapaz de cubrir tu perfume, eterno en mi cerebro; las curvas de tu cuerpo describen una poesía nocturna que invade el ambiente, y como una tormenta veraniega me dejo abrazar por la marejada, embriagado, me dedico a sentir, a oler, a tocar y a flotar entre cuatro paredes que en el pasado recibieron el nombre de hogar. Tu silueta baila entre las estrellas sin necesidad de trineo divino, ni caballos alados que te guíen, dibujando nuevas constelaciones a las que le pongo tu nombre; te posas sobre la luna, para descansar , dejando tus piernas descolgadas, mientras jugueteas con los cordones de tus zapatos. Te observo, apurando las últimas caladas de un cigarro convertido en cenizas, notándote tan próxima, y a la vez tan lejos, sinónimo de que el éxtasis de tu presencia pone fin a este sueño del que no quiero despertar.

Sueño de caricias, de abrazos y de anhelos, de deseos conservados en formol, de suspiros, de preguntas sin respuestas, de colores oscuros y brillantes. Sueños de tierra mojada, de huellas en la arena, de papeleras vacías y corazones a rebosar de sentimientos; sueños de algodón y de lija del número cinco, de botellas de mini bar y sabanas frías, que esconden ilusiones compartidas en la soledad. Sueños… quién pudiera vivir en ellos.